Viernes 30 de Mayo, Madrid. Segundo asalto. La Riviera aún con resaca del día anterior, y Veintiuno saliendo a escena como si no les debieran nada, cuando se lo debían todo. En una sala llena de fieles dispuestos a perder los modales, sin promesas pero con memoria. Veintiuno no solo dió un concierto, demostró que los más fieles eran ellos, que a veces la música no paga pero compensa y bajo ninguna circunstancia iban perderse esas dos noches en la capital.

Todo empieza con una llamada. La sala aún a oscuras, el murmullo eléctrico flotando, y de pronto, un foco rasga la penumbra: Diego aparece solo, de pie junto a un teléfono rojo, antiguo. Suena. Contesta. Delirio y equilibrio al aparato, ella pidiéndole que cuente de una vez por todas cómo fue realmente la historia. Seguido de ello salen Yago, Pepu y Rafa al escenario para dar comienzo oficialmente al show.
Y entonces sonaron los primeros acordes de Perder los modales . Exterior, noche y concierto la Riviera se transformó en un campo de batalla emocional, con el público entregado desde el primer instante. Las luces se encendieron como bengalas, y la banda desató una energía contagiosa que recorrió cada rincón de la sala.

Quequé se unió al escenario, aportando su carisma y complicidad. La colaboración añadió una capa extra de intensidad, y juntos crearon un momento inolvidable que resonó con fuerza para los asistentes.
La temperatura subió con Pirotecnia, Diego al piano lo dejó claro con una frase que parecía escrita como declaración de principios: “Yo solo quiero hacer magia”. Y vaya si la hicieron.
El viaje continuó en Complicidad, la magia se hizo tangible cuando Marina (Repion) apareció en escena. Voz preciosa y presencia igual de luminosa, tejió junto a la banda una armonía que fue puro hechizo.
Ya bien entrada la noche, llegó Cabezabajo con Sienna, ese tipo de colaborador que parece nacido para el escenario de Veintiuno, sin necesidad de presentaciones ni fuegos artificiales. Sólo verdad, química, y un directo que se sostenía solo.
Dopamina trajo de nuevo a Marina, cerrando el círculo con dulzura y electricidad contenida, como si no hiciera falta gritar para dejar huella.
Antes de empezar la última canción, Diego habló claro: sobre la ticketera que les dejó colgados, sobre el esfuerzo de sacar los conciertos adelante sin rendirse, y —como quien no puede evitar dejar algo más sobre la mesa— anunció una tercera fecha en La Riviera para Septiembre.
Y entonces llegaba el final, La vida moderna. Donde se asomó Koino Yokan para encender la última mecha, pero poco a poco, fueron saliendo todos como si cerraran no solo un concierto, sino una etapa compartida, esa Balada de Delirio y Equilibrio que ya es parte de los cuerpos de quienes estuvieron allí.

Sin duda alguna, una noche Irremediable que más de uno guardará como se guarda un buen secreto y una historia prohibida.
Como dicen los chicos en mitología: Y que septiembre no nos encuentre en ningún lugar…
a no ser que sea el 28 de septiembre en La Riviera, celebrando la tercera fecha, pero esta vez con Ticketmaster.