Pocos grupos de música pueden presumir de permanecer en la cresta de la ola durante más de cuarenta años y de que sigan acudiendo a sus conciertos prácticamente las mismas personas, a excepción de algún que otro rostro de esa llamada generación millenial que se mantenía infiltrado entre la multitud. Porque sí, la realidad es palmaria y no se puede negar: Jorge Ilegal y su banda están más en forma que nunca. A los hechos nos remitimos, esos mismos que atestiguan la interpretación de 32 canciones, una detrás de otra y casi sin interrupción, al más puro estilo Ramones, si se permite la comparación, y a unos riffs de guitarra que continúan tan frescos como el primer día.
El concierto que ofreció Ilegales en la madrileña sala La Riviera de este pasado sábado resultó ser la segunda fecha en el mismo recinto, puesto que la demanda para el evento de mayo superó las expectativas. Así que nueva fecha y nuevo sold out. Ver a Ilegales en concierto es lo más parecido a comprobar que el rock gamberro y que no entiende de etiquetas sigue vivo y campando a sus anchas. Posiblemente no sea el género preferido ni el más escuchado por las nuevas generaciones, pero para qué detenerse aquí si «la vieja guardia», en palabras del propio Jorge Martínez sigue al pie del cañón y llenando las salas cada vez que toca su banda predilecta. Con eso nos basta. Y ojo, también con observar de primera mano las sonrisas del respetable al entrar y al cantar a viva voz esas canciones que ya forman parte de la enciclopedia del rock de este país, como pueden ser Hola mamoncete, Delincuente Habitual o Soy un macarra, entre otras muchas. Cuántas vivencias y experiencias en el camino con estos temas de fondo…
Así las cosas, lo de este sábado más que un simple concierto fue una celebración del rock en directo y sin tapujos, de levantar la mano y de decir con toda las ganas que sí, que resistimos. Pero vayamos a lo acontecido a orillas del Río Manzanares. El reloj marcaba las nueve en punto de la noche cuando el bueno de Jorge Martínez puso sus botines negros sobre el escenario y comenzó a posar sus dedos sobre el mástil de esa Stratocaster blanca que ha vivido más experiencias rockeras («cuando agarro la guitarra y me la pongo en el pecho es materia prima para la orgía y también para la tragedia») y que ha recorrido más kilómetros que Angus Young. Con El fondo de la noche dieron comienzo las hostilidades. Y de ahí solamente se fue progresiva pero inexorablemente al delirio colectivo. Para qué decirlo en esta crónica si lo puede decir el propio frontman ilegal: «El rock tiene propiedades terapéuticas y si usted tiene alguna enfermedad, probablemente salga de este concierto totalmente curado». Dicho y hecho.
Combinando canciones, discos y épocas en un setlist hecho a la medida de cualquier melómano que se precie, la noche iba avanzando entre cervezas, vatios y pogos varios que hacían las delicias de los asistentes más hambrientos de locura. Enamorados de Varsovia y Moloko, cuya composición les separa casi cuatro décadas, precedieron a una serie de temas imprescindibles, esos mismos que auparon a Ilegales a la fama más absoluta. Hablamos, por si alguien tiene alguna duda, de Tiempos nuevos, tiempos salvajes, Problema sexual, Delincuente Habitual y Eres una puta. La gozada ya era máxima, y todavía quedaban los bises.
Después de Dextroanfetamina, los cuatro protagonistas se retiraron por un momento de las tablas para reponer fuerzas. Bien hecho, porque lo que se oteaba en el horizonte era digno de estudio. Seis canciones más que agotaron hasta el último segundo del tiempo estipulado y también todas las energías de los músicos y del público que llenaba la sala. Agotados de esperar el fin, Mi vida entre las hormigas, Quiero ser millonario, Hombre Blanco (dedicada con cariño a ese señor que está poniendo el mundo del revés y que vive en la Casa Blanca), Destruye y de nuevo Soy un macarra pusieron el punto y final a una noche de puro rock canalla y abierto a todo aquel que no entiende de etiquetas impuestas. Al fin y al cabo de eso es de lo que trata nuestro género musical más amado, de calzarte unas botas y una chaqueta de cuero y de mostrar rebeldía contra las injusticias de este planeta. Quien quiera subirse al barco comandado por el capitán Jorge Martínez es bienvenido/a. No se arrepentirán.








