Hay pocos festivales en el mundo que te permitan subir al escenario y ser parte de la banda. El Outbreak es uno de ellos, y si te apetece hacer stage diving es un lugar perfecto, con una seguridad férrea y un público que sabe a lo que viene y es muy distinto a lo que te encuentras en otros festivales de grande formato. Os contamos lo que fue un fin de semana inolvidable.
Sábado 14 de junio
El día arrancó con un ambiente suave y envolvente de Momma, que emergieron con un rock alternativo impregnado de reminiscencias noventeras, flotando entre acordes melancólicos que recordaban a Smashing Pumpkins o Pavement. A media mañana, Feeble Little Horse cortó esa serenidad con su indie-rock cargado de guitarras densas, generando una atmósfera casi hipnótica y provocando los primeros stage dives del festival. No pasó mucho tiempo hasta que Militarie Gun desató una tormenta de riffs crudos y letras emocionales, energizando a un público ya despertado.

El main Stage siguió con Fleshwater, cuya fusión de shoegaze y hardcore ofreció un contraste entre melancolía y agresividad. Instantes después, Sunny Day Real Estate evocaron nostalgia con su emo clásico. Ya en la tarde, Have a Nice Life transformó la indoor Stage en un santuario emocional; su set etéreo y expansivo capturó la atención de todos, cerrando con un crescendo que hizo saltar al público al escenario en un clímax catártico. Le siguieron Slowdive envolvieron el atardecer en un manto de guitarras luminosas y voces susurrantes.
Pero el hit del día fue la interpretación de Glassjaw en la Indoor Stage: ejecutaron su disco Worship & Tribute completo y agitaron emociones con himnos como Cosmopolitan Blood Loss y Harlem. Aunque algunas partes sonaron algo ásperas, cuando el quinteto acertó, el impacto fue devastador. La jornada terminaba con Alex G y Tiger Jaw, ambas propuestas bastante emocionales y que no dejaron indiferentes.
Domingo 15 de junio
La jornada empezó con Kenya, abriendo la Third Stage con una dosis breve y violenta de hardcore abrasivo. No había mucho público todavía, pero el que estaba lo sintió en el pecho. Fue un despertar brutal, ruidoso, y efectivo. Justo después, XweaponX trajo una ráfaga straight edge sin concesiones. Riffs de acero, batería galopante y actitud desafiante desde el primer segundo. Era temprano, pero el pit ya estaba vivo.
Big Boy apareció como un martillo: hardcore duro, callejero, con grooves pesados y una presencia aplastante. La respuesta del público fue inmediata, se notaba que muchos esperaban ese momento. Después, God’s Hate mantuvo la energía al máximo. Su set fue como una apisonadora: tenso, imponente, sin un solo espacio para respirar. La mezcla entre carisma, violencia sonora y precisión convirtió su directo en uno de los más sólidos del día.

Pain of Truth no bajaron el listón. Cada riff parecía más grueso que el anterior. Los coros en grupo, los breakdowns, todo fue construido para una sola cosa: el pit. Y funcionó. La conexión con el público fue total. Luego vino Sunami, y ahí la cosa explotó. Fue como si alguien hubiera abierto la válvula de presión. Brutalidad sin filtros, con una entrega tan honesta como devastadora. No se trató de sonar limpio, sino de sonar real, y lo consiguieron.
Después de ese ciclón, Deafheaven fue casi un choque cultural. Donde antes había golpes, ahora había atmósferas. Guitarras reverberantes, capas de sonido, voces lejanas. Fue un paréntesis hermoso, melancólico, envolvente. Muchos se sentaron en el suelo, otros cerraban los ojos. Nadie hablaba. Era otro idioma, pero se entendía. Glassjaw llegó después, y su set fue pura emoción encapsulada. Tocaron Everything You Ever Wanted to Know About Silence completo. No fue perfecto técnicamente, pero no importó. Había sudor, había gente llorando, había voces rotas gritando cada palabra. Fue uno de esos momentos donde la música atraviesa lo físico y se clava en la memoria.
En el Main Stage, Jivebomb había dado el pistoletazo inicial del día con su energía punk desatada, cortante, sin tiempo para pensar. Le siguió Pest Control, que mantuvo el nivel con su crossover directo y callejero, contundente y sin florituras. Luego Drug Church ofreció algo diferente: más melodía, más estructura, pero con la misma carga emocional. Supieron equilibrar rabia y ternura, algo que pocos hacen tan bien. Entonces llegó la gran sorpresa: el “very special guest” fue Loathe. Nadie lo vio venir, y cuando empezó su set, el ambiente cambió por completo. Fue denso, teatral, bellamente oscuro. Un regalo inesperado.
Speed se encargó de llevarnos de vuelta al núcleo del hardcore, con su mezcla de potencia y precisión. Su set fue limpio, agresivo, y sin distracciones. Después vino Superheaven, que bajó el pulso con su grunge suave, introspectivo, pero lo suficientemente ruidoso como para llenar el escenario sin necesidad de violencia. Denzel Curry sorprendió a todos con una actuación incendiaria, fusionando hip hop y actitud hardcore. No desentonó, al contrario: fue uno de los momentos más energéticos de todo el fin de semana. Cada tema era una bomba.

Y para cerrar, Knocked Loose dejó el escenario convertido en ruina emocional. Su set fue simplemente demoledor. Cada breakdown fue un terremoto, cada grito una cuchilla. El público respondió como si fuera el último concierto de sus vidas. Fue la forma perfecta de cerrar un día sin descanso, sin tregua, sin una sola banda de más. Y un festival que te deja agotado, pero invita a repetir.