El 28 de junio no era una fecha cualquiera para Imagine Dragons. Exactamente un año después del lanzamiento de LOOM, uno de sus discos más íntimo y evolutivo hasta la fecha, la banda eligió Madrid para celebrarlo a lo grande. Y no en cualquier lugar: el Wanda Metropolitano se convirtió en el epicentro de una explosión emocional que fue mucho más que un concierto. Fue un cumpleaños, un homenaje, una catarsis colectiva. Bajo un cielo madrileño que parecía respirar al ritmo de los acordes, miles de voces corearon cada palabra como si estuvieran escribiendo la historia junto a Dan Reynolds y los suyos. Esa noche, LOOM no solo se escuchó: se vivió.
El arranque no pudo ser más simbólico. Desde una plataforma oculta en el centro del escenario, emergieron juntos Dan Reynolds, Wayne Sermon, Ben McKee y Daniel Platzman, recibiendo un rugido ensordecedor del público que llenaba el Wanda. Entonces comenzó a sonar “Fire in These Hills”, el primer destello de LOOM, desplegando una atmósfera contenida y poderosa. La banda se mantuvo firme, casi solemne, como si marcaran con cada nota el inicio de una ceremonia. Fue un comienzo íntimo pero vibrante, el punto exacto donde la emoción y la electricidad comenzaron a desbordarse.

Tras hacer temblar el estadio con los ya clásicos “Thunder” y “Bones”, el ambiente dio un giro: en las pantallas, apareció una escenografía tropical con palmeras, mientras enormes pelotas de playa comenzaban a rebotar entre el público. Una sonrisa cómplice recorrió la pista y gradas. Todos sabían lo que venía: “Take Me to the Beach” estaba a punto de convertir el Wanda en una fiesta de verano inolvidable. En ese momento hasta los que se escapaban al baño iban bailando bajo el ritmo de ese temazo tan veraniego. Hablando de verano, por si el calor madrileño no era ya suficiente, el escenario estalló en llamas al ritmo de la demoledora “I’m So Sorry”. Las llamaradas sincronizadas con los riffs hicieron que el Wanda ardiera —literal y figuradamente—, mientras Dan, por una vez, se mantuvo firme en el centro del escenario, dejando que la fuerza bruta del tema lo llenara todo.
La banda puso rumbo al final de la pasarela para interpretar “Next to Me”, esta vez en una versión acústica que bajó por completo las pulsaciones del show. Sin necesidad de pedirlo, el estadio se iluminó con miles de luces de móviles, creando una atmósfera íntima y casi suspendida en el tiempo. Fue uno de esos instantes en los que todo se detiene y lo único que importa es la conexión entre banda y público.
Tras ese momento íntimo, la energía volvió a subir con “I Bet My Life”, y esta vez Dan abandonó el escenario para recorrer el foso, entregándose por completo al contacto con el público. Estrechó manos, se dejó abrazar por los fans de primera fila y, recibió un regalo: una camiseta de la selección española con su nombre transformado en un cariñoso “Danielito”. El gesto arrancó una ovación espontánea y selló uno de los momentos de la noche.

Con “Radioactive”, llegó uno de los momentos más intensos del show. Dan se adueñó de una batería secundaria y protagonizó una especie de duelo con el baterista oficial, Daniel Platzman, en una explosión de percusión que hizo retumbar el estadio. Al terminar, sin dar un segundo de respiro, Dan echó a correr hacia el piano para sentarse frente a las teclas y comenzar “Demons”, cambiando por completo el tono y sumergiendo al público en una calma emocional tan inesperada como poderosa.
Antes de interpretar “Walking the Wire”, Dan se tomó un momento para hablarle al público desde el corazón. Empezó con humor, recordando entre risas que llevaban tres años sin tocar en España y que su profesora de español le había enseñado un poquito, arrancando carcajadas cómplices en el estadio. Pero pronto el tono cambió. Habló con honestidad sobre su lucha con la depresión desde muy joven, y cómo empezó a ir a terapia —algo que, dijo, seguirá haciendo hasta el fin de los tiempos. Subrayó la importancia de pedir ayuda, cuidarse y no tener miedo de abrirse. Cerró con un mensaje que resonó profundamente: “Pedir ayuda no te hace débil, te hace más sabio, te hace fuerte. Nos necesitamos unos a otros. Vuestras vidas merecen ser vividas. Os queremos.” Por un instante, el estadio entero quedó en silencio, conmovido por una verdad dicha sin adornos.

Tras el emotivo discurso, la banda desató una ráfaga de energía con “Sharks”, “Enemy” y “In Your Corner”, esta última la última del LOOM en sonar. Dan no paró de moverse por la pasarela, con sus ya icónicos bailes, mientras el estadio saltaba y coreaba cada palabra. Fue un tramo de pura descarga y comunión total con el público.
Entonces sonó “Believer”, y todos lo supimos: era el final. Una canción que va más allá de sus versos pegadizos, convertida ya en himno de superación, dolor y renacimiento. Cada golpe de batería parecía retumbar directamente en el pecho, y cada palabra cantada por Dan se fundía con miles de voces que no querían que acabara. Cuando la última nota se apagó, la banda se abrazó, saludó entre aplausos, y las pantallas se encendieron para mostrar la portada de LOOM, imponente, iluminando el estadio como una firma final. Como si todo —la noche, el concierto, el viaje emocional— encontrara su sentido en ese instante. Un adiós, sí, pero también una promesa no dicha. Porque si algo quedó claro esa noche, es que todos seremos Believers de que el reencuentro con la capital madrileña llegará tarde o templano.
Fotos de @gabardinofoto
