Inicio Cronicas-galerías Parkway Drive en Madrid: una ópera del metal para el recuerdo

Parkway Drive en Madrid: una ópera del metal para el recuerdo

Hay bandas de música con melodías técnicas y complejas que suenan espectacularmente bien en el estudio pero que en directo, pierden fuelle, se quedan cortas y pierden parte de su atractivo. Y hay otras bandas que, por el contrario, crecen fuera de él: mejoran notablemente sobre los escenarios, suenan más increíbles en vivo que a través de unos auriculares y, con puestas en escena apabullantes, construyen toda una experiencia en torno a sus conciertos que mejora la de escucharlas a través de una grabación. El mejor ejemplo es Parkway Drive, y este fin de semana fuimos testigo de ello en Madrid.

El grupo de metalcore australiano llegaba a la capital este pasado sábado con la promesa de ofrecer su mejor espectáculo hasta la fecha: la banda anda celebrando 20 años de carrera con recitales por toda Europa en los que está repasando sus mejores éxitos, desplegando también toda su artillería. Y si bien al Palacio Vistalegre de la capital llegaron con parte de la producción recortada –una auténtica pena que en España siempre estemos limitados en cuestión de tamaños–, eso no los detuvo para ofrecer el que para muchos fue, sin duda, el concierto del año. 

Ya había indicios de que la noche iba a ser épica cuando Winston McCall y compañía entraron a escena desde las puertas traseras del recinto, atravesando la multitud entre luces y banderas. Cuando la banda finalmente subió al escenario –un pequeño rectángulo en el medio de la pista–, y tocó las primeras notas de ‘Carrion’, el público se desató. El grupo comenzó fuerte con muchos de sus grandes himnos, como Prey, Glitch o Vice Grip, que sonaron demoledoras pese a la acústica del recinto. A partir de ahí, todo fue ‘in crescendo’.

Hubo espacio para todo en la noche de Parkway Drive en Madrid: bailarines coreografiando cada ‘riff’ de guitarra, petardos por doquier, un escenario reconvertido con columnas… y fuego, mucho fuego; aunque cuando ya pensábamos que los cañones de llamas serían la guinda del pastel, la locura continuaba yendo a más. Apareció la lluvia, con una fila de agua cayendo sobre el vocalista mientras interpretaba ‘Wishing Wells’, hubo interacción con el público, cuando el cantante bajó al foso a ritmo de ‘Idols and Anchors’ para ser rodeado de un ‘circle pit‘ infinito, y aparecieron los violines, para hacer más épicas y armónicas canciones como ‘Chronos’ o ‘Darker Still’.

La sensación, en general, era la de estar asistiendo a una especie de ópera del metal. Mientras otras bandas suelen tirar de artificios para crear espectáculo y suplir algunas carencias en directo, la banda australiana hizo todo lo contrario: con una producción medida al detalle, cada paso dado y cada elemento añadido a su ‘show’ aparecía para acompañar y elevar cada tema, sin resultar excéntrico ni pesado. Verles ejecutar todo con precisión fue, simplemente, colosal.

El culmen llegó de la mano de ‘Crushed’, con un espectacular ‘solo’ del batería Ben Gordon girando sobre sí mismo y una última explosión de fuego, sobre una pasarela elevada sobre el suelo y con Winston coronándose, entre llamas, como un auténtico rey. La capital terminó rendida a sus pies y a los del resto de sus compañeros, que abrazados en el escenario, se resistían a marcharse tras dos horas dándolo todo. Entre vítores, aplausos y alguna que otra lágrima por lo vivido, los australianos se marcharon con la promesa de volver pronto a nuestro país. Aquí estaremos esperándoles, viendo de qué más pueden llegar a ser capaces.